martes, 29 de septiembre de 2009

Los ocho crímenes del irlandés Mateo Banks

EN 1922 MATÓ A SU FAMILIA EN AZUL PARA HEREDARLOS

Fue condenado a perpetua y enviado a Ushuaia. Lo indultaron. Su final, inesperado


Mateo Banks, un irlandés colorado y robusto, entró de cabeza en la historia criminal argentina el 18 de noviembre de 1922 como el primer multi-homicida de las pampas: en un solo día de furia asesinó a seis familiares y dos peones, en las estancias que su familia poseía en Azul, en la provincia de Buenos Aires. Todo ocurrió entre el mediodía de ese martes y la noche siguiente, en las estancias El Trébol y La Buena Suerte. Con su rifle Winchester mató a sus hermanos Dionisio, Miguel y María Ana; a su cuñada Julia; a sus sobrinas Sara y Cecilia, de 12 y 15 años; y a los peones Juan Gaitán y Claudio Loiza. Esa misma madrugada ensilló y corrió al pueblo. Denunció las muertes ante el médico de la familia y acusó a Gaitán: dijo que tuvo que matarlo en defensa propia. Pero el comisario lo detuvo como único sospechoso. Aunque su familia era potentada, Banks estaba en bancarrota. Allí, la Justicia encontró la clave para condenarlo a prisión perpetua. Pasó un cuarto de siglo encerrado en la cárcel de Ushuaia, en Tierra del Fuego. En 1949 fue indultado y -como era repudiado por la población de Azul- se refugió en la ciudad de Buenos Aires. Alquiló una habitación y se disponía a empezar una nueva vida con nombre falso. Pero en un extraño caso de justicia poética, el mismo día de la mudanza, Banks pisó el jabón en la bañera y se desnucó. Tenía 77 años.


AZUL, 1922. Ricardo de La Cuesta interrogó durante días a Mateo Banks en la comisaría de Azul. El irlandés repetía, sin dar el brazo a torcer, que había matado al peón Juan Gaitán en defensa propia cuando, ciego por la sed de sangre, el gaucho le había disparado en un pie luego de asesinar a su familia.

El investigador estrella había viajado desde La Plata a Azul, por pedido expreso del comisario Luis Bidonde, que tenía en sus manos el caso más horrendo que jamás hubiera imaginado: desentrañar la masacre a tiros de ocho personas integrantes de los círculos más prestigiosos de la región.

De la Cuesta pasó horas interrogando a ese hombre colorado, robusto y con bigotón de aristócrata. La historia no cerraba; caía en muchas contradicciones.

Cuando los resultados de las pericias llegaron a Azul, el detective sonrió. Lo tenía donde quería. El informe desmoronaba la coartada del irlandés: el agujero de la bota de Banks, donde sostenía que Gaitán le había pegado el tiro, había sido hecho con un punzón. Y los disparos criminales, habían salido de un arma de calibre idéntico al del Winchester de Mateo.

De la Cuesta enfrentó una última vez a Banks y puso todas las cartas sobre la mesa. El hombre ejemplo de los inmigrantes triunfadores pampeanos guardaba un secreto que él había descubierto: que sus hermanos y su hermana eran prósperos, pero él estaba en bancarrota. Ese día, Banks confesó.


OCHO. Ese mediodía de 1922 Mateo Banks había envenenado el puchero con estricnina, pero equivocó la dosis y el olor nauseabundo de la comida evitó que los comensales la probaran. Y la hora de la siesta fue fatal. A las 13 del 18 de noviembre, Banks disparó su rifle Winchester en la espalda de su hermano Dionisio. Ya caído, lo remató con un tiro. Su hermano estaba en su estancia La Buena Suerte, con su hija de 12 años, Sara. Mateo golpeó a la chica, la cargó hasta un jagüel, la arrojó allí y luego le disparó. Después esperó. Había comenzado la carnicería.

A las 20 llegó Juan Gainza, el peón de la estancia, y Banks lo recibió con un disparo en el pecho. Subió a su sulky y partió hacia El Trébol, a una legua de allí, donde vivían otros dos hermanos: María Ana y Miguel, que convivía con su esposa, Julia Dillon.

En esa otra estancia repitió el tiroteo. Primero le pidió al peón Claudio Loiza que lo acompañe hasta La Buena Suerte, porque su hermano estaba enfermo. A mitad de camino lo liquidó de un tiro en la cabeza. Volvió.

A las 23, todos menos Mateo dormían en El Trébol. Primero despertó a su hermana y repitió el engaño que había hecho al peón. Volvió, irrumpió en la habitación de su hermano y liquidó al matrimonio.

Sólo quedaban tres personas vivas en la casa: Cecilia y Ana Banks, de 15 y 5 años, y la hija del peón, María Ercilia Gaitán, de 4. Entró a la pieza en la que dormían y asesinó a la mayor. Las dos nenas corrieron a esconderse. Les perdonó la vida.

A las 4, Banks fue al pueblo a buscar al médico de la familia. A él le dijo lo que había pasado y culpó a los peones.


IRLANDESES. En 1922 Azul tenía 30.000 habitantes. El padre de Mateo Banks había llegado a la Argentina en 1862, se casó con otra irlandesa y se instaló primero en Chascomús y luego en Azul.

Los Banks habían logrado mucho prestigio en esa ciudad. Mateo era socio del Jockey Club y vicecónsul de Gran Bretaña. Era representante de la marca de autos Studebaker. Había consolidado su fortuna al casarse con Martina Gainza, también de la alta sociedad, con quien había tenido cuatro hijos. A diferencia de sus hermanos, Banks vivía en una casa en el centro de Azul. Pero toda esa riqueza que parecía poseer, era artificial.


USHUAIA. El juicio a Mateo Banks se hizo en el Sport Club de Azul, que fue habilitado como tribunal. El lugar estaba abarrotado de gente. Desde hacía tiempo, los diarios de la capital como Crítica o La Prensa, seguían el caso.

En el juicio, el estanciero dijo que le habían sacado la confesión con torturas y se proclamó inocente. Ningún abogado quería defenderlo y obtuvo un defensor oficial que insistió en la culpabilidad de los peones. El fiscal Horacio Segovia lo acusó de ocho homicidios con premeditación y alevosía, y reunió gran cantidad de pruebas en su contra.

En el juicio, Segovia reveló que en 1922 Banks había vendido su parte de las estancias a sus hermanos y que pocas semanas antes del crimen había falsificado un poder de Dionisio para vender cientos de cabezas de ganado. Si su hermano lo hubiera denunciado, con seguridad le esperaba la cárcel.

Además, el fiscal comprobó que el crimen había sido planificado: poco antes de los homicidios había comprado cartuchos calibre 12, que luego usó. Y ese mismo día había envenenado con estricnina un puchero que sus hermanos no comieron porque equivocó la dosis y tenía un olor nauseabundo.

El abogado explicó el móvil de los crímenes: habían sido perpetrados por el estanciero para quedarse con la herencia. Que no hubiera asesinado a su sobrina Ana se explicaba porque le correspondía un tercio de lo que la niña y su otra hermana, que vivía en Irlanda, recibirían.

La Justicia lo condenó a cadena perpetua. Pero el abogado defensor alegó vicios de forma en el juicio, que le fueron concedidos.

Banks fue trasladado a La Plata, donde lo juzgaron por segunda vez. Fue defendido por el abogado Antonio Palacios Zinny -una especie de Fernando Burlando de la época-, que aceptó el caso gratis, solo por la publicidad que le ofrecía.

Ni siquiera el gran abogado defensor de causas imposibles pudo evitar que lo condenen a perpetuidad. En 1924 Banks fue trasladado a la cárcel de máxima seguridad de Ushuaia.

Tras 25 años de encierro, fue indultado en 1949. Como era repudiado en Azul, se refugió en Buenos Aires y cambió de identidad. Su nombre era muy conocido: en los arrabales de la Capital había inspirado los tangos “Doctor Carús” y “Don Maté 8”. Con un documento falso a nombre de Eduardo Morgan, alquiló una habitación en Flores. Pero en una jugarreta del destino, apenas mudado, Banks pisó el jabón en la bañera y se desnucó.


LIBROS Y TURISMO: El caso Banks fue minuciosamente estudiado por Hugo A. Hohl en su libro "Crimen y status social", de 1998. También escribió sobre él Álbaro Abos y se puede conseguir información en el Archivo Histórico Municipal de Olavarría. Esos trabajos fueron fuente para esta nota.

Además, la historia puede conocerse en Azul, donde se promociona el circuito turístico "Mateocho", en el que se realizan visitas a su casa y otras actividades.

TANGO: Mató a dos hermanos, a una hermana, a su cuñada, a dos sobrinas y dos peones. Inspiró dos tangos.

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